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Eres mis ojos
Nabila Rifo pudo ver hasta hace algunas madrugadas. Alguien se sintió autorizado a quitarle el derecho a mirar, posiblemente para el lado, para un lado distinto al agresor.
Afortunadamente cada vez más estos casos brutales son nombrados por lo que son, violencia de género, definición que permitió que un número importante de personas saliera a manifestarse, considerando que no se trata de una situación de pasiones privadas sino de un asunto de interés público. El femicidio es un problema político, en tanto se relaciona a la distribución del poder.
Ahora bien, hay quienes insisten en remarcar la faceta pasional de este tipo de crimen. Y aunque no es correcto políticamente darle ese estatuto en su tratamiento público, es cierto que hay una relación con el problema amoroso, y que vale la pena no desconocer para aportar a la causa.
Porque el amor dista mucho de ser un fenómeno aséptico, puro y bondadoso. El amor es de las experiencias más primitivas en nuestra constitución, por lo tanto está configurado de modo infantil. De ahí que tenga una faceta en extremo egocéntrica y despiadada. El niño exige ser amado de modo exclusivo y totalitario, es un pequeño dictador de su cuidador, busca ser el centro absoluto de su atención, revolcándose en celos frente a la intrusión de un tercero.
A este tipo de amor intenso y absolutista le llamamos odioenamoramiento. ¿Les suena conocido? Posiblemente sí, porque estos afectos infantiles nunca declinan del todo, y los celos y el afán posesivo están en la experiencia de muchos. Pero, afortunadamente, la salida al mundo exterior nos exige ir graduando y disimulando tales impulsos. Porque entendemos que para ser amados debemos ser amables no exigentes.
Lanzarnos a circular en el mundo fuera de nuestro núcleo original nos obliga entonces a renunciar a cierta cuota de egoísmo, por eso uno suele ser un ser más sofisticado fuera de su familia que con ella. Pero ocurre que existen discursos adultos que justifican este infantilismo mental del odioenamoramiento autorizando a que salga lo peor de nosotros mismos. Me refiero a esas idealizaciones amorosas donde se espera toda la atención de la pareja, cayendo en decepciones histéricas cada vez que el otro básicamente no hace lo que yo quiero. Idealizaciones que inevitablemente llevan a la devaluación del otro por no estar a la altura de esas demandas, y que entonces alientan al despechado -ese que siente que no puede vivir sin el otro, por que el otro son sus ojos- a agredir a la pareja directamente o a través del rodeo pasivo agresivo. Generalmente estos idealizadores son internamente niños déspotas que enloquecen de amor, pero de uno caprichoso y egoísta.
Otras racionalizaciones también desafortunadas de estos afectos primitivos, son el discurso de la soltería orgullosa de no tener que darle nada a nadie. Como si la autorreferencia fuera un virtud, estos solteros tarde o temprano se emparejan pero bajo esas coordenadas: el egoísmo orgulloso. Esos que suponen que tienen derecho a decir todo lo que piensan, a pedirlo todo, pero también a no dar nada.
Y el más letal de estos discursos sobre lo amoroso es el sostenido desde el machismo. Esa construcción cultural que asume que el sujeto de la acción es el hombre y el objeto pasivo la mujer. De ahí que el atisbo de una mujer en acción, lleve a ubicarla como una mujer ilegítima: puta, loca, mala. Y legítima que frente a los celos, la humillación, la inseguridad -todas experiencias comunes del amor- un hombre transforme el odioenamoramiento en un crimen cobarde.
país íntimo
"El amor es de las experiencias más primitivas en nuestra constitución, por lo tanto está configurado de modo infantil.
Por Constanza Michelson / @psicocity
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