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Me asusta, pero me gusta
el pais intimo
Cuando éramos niños nos fascinaba escabullirnos a la zona prohibida del colegio. Primero, apareció la teoría de la casa de la bruja, luego la del extraterrestre oculto por las directivas del colegio y la del Viejo del Saco.
Caídas ya la supersticiones infantiles, estábamos lejos de abandonar el entusiasmo por ese peligro controlado. En la adolescencia, las hormonas tiñeron nuestras fantasías de dramas shakesperianos, cruzados por las traiciones y deseos. Así, las historietas se transformaron en conspiraciones.
Claramente el gusto por la preocupación, insisto "controlada", a muchos no se nos fue. Sin embargo, cuando acumulamos más vida aprendimos a distinguir la angustia verdadera -esa que paraliza o saca una versión que desconocíamos de nosotros mismos para sobrevivir-, del miedo ficticio de la histeria de la histeria colectiva. Aunque a veces esa comprensión nos caiga como epifanía, requerimos de una cuota de olvido selectivo para que vuelva a operar y podamos hacer usufructo de las sensaciones del miedo medido.
Por doctrina entiendo que exista ese afán por "el más allá" y las teorías rebuscadas, con la que algún maestro autodenominado ande excitando a algún auditorio. Hay para todo los gustos. Para las almas infantiles, espíritus, alliens y zombies; para los más new age, psicomagias, alineaciones astrales; para los más lectores, escrituras codificadas que anuncian el fin del mundo. A veces estas teorías se adecuan a un contexto geográfico, como en nuestro caso donde caen con frecuencia los predictores de terremotos; debiendo aparecer una y otra vez algún profesional en el tema aclarándonos que no, no se pueden predecir los sismos.
Pero por alguna razón, existen y se reproducen los portadores de estas verdades reveladas, y siempre hay un público atento. Alguna vez tuve la oportunidad de preguntarle a Salfate si él efectivamente creía en estas historias o se trataba del algún tipo de satisfacción de su onanismo. Me respondió: satisfago el autoerotismo de los demás. Y tiene razón. Hay un curioso placer en buscar estos simulacros de peligro. Si las películas de terror existen, es porque hay una excitación en el miedo calculado, ese que no pasa la barrera del pavor.
Si bien para muchos estas cuestiones les resultan un reflejo de ignorancia o sencillamente estupidez, porque ciertamente los zombies no son del gusto de todos; no es difícil encontrar algunas histerias con un telón de fondo más sofisticado. Por ejemplo, una que anda dando vueltas estos días sobre un supuesto cobro que la red social Facebook haría para respetar la privacidad de un perfil de usuario. Si uno no cayó, es seguro que al menos alguna persona estimada y respetada dentro de las amistades si fue abatido por esta alarma falsa que por lo demás es harto ridícula, si se considera que la privacidad se perdió en el momento de entrar a esta red social. ¿O no se han fijado en la publicidad dirigida que aparece cuando estamos navegando?
Nos gusta preocuparnos. Parece ser una excitación bastante primitiva de nuestro psiquismo. Pero hay un par de riesgos en este goce. Voy con mis teorías conspirativas. Puede ocurrir el mal de la profecía autocumplida: esa que de tanto andar anunciando apocalipsis -no sólo sismológicos, sino que también financieros y políticos pueden empujarnos a realizar estupideces que luego deriven en el horror real. Y segundo, estas creencias eufóricas y sin juicio, pueden ser, como han sido antes, mecanismos de control: por ejemplo, paralizarnos por la existencia del Chupacabras, tomar decisiones por la supuesta renuncia inminente de quien gobierna, en fin aparecen ficciones para todos los gustos.
Hay preocupaciones que sirven para entretenerse, y a veces funcionan para desviar la atención de nuestros conflictos reales, cual mecanismo de defensa. A veces la medicina puede empeorar las cosas, por eso cuando empiece a hablar del Chupacabras de moda con demasiado entusiasmo, busque donde está el atolladero real.