• ¿Existe Chile?

    el pais intimo

    Chile anda con la moral baja. Las encuestas confirman las conversaciones de pasillo. ¿Hechos?, ¿percepción creada por sectores de la opinión pública?, ¿hechos interpretados desde una percepción furiosa? Como sea, el ambiente huele a más rabia que a pena.

    Será porque el relato de nuestro origen está marcado por la "mal-dición": esos males decires sobre nuestra tierra -que no había oro, que no había nada-, sobre nuestra gente, de los que habían desde siempre, de los recién llegados. Nos nombramos desde la falta, desde lo que no somos. Sometemos a nuestra nación a comparaciones injustas, por cierto, en varias direcciones; porque los bandos conservadores y progresistas, derechas e izquierdas miran como el pasto del vecino -que escojan de acuerdo a su bandera ideológica- es más verde.

    Lo peligroso de este desaire a nuestro hogar es que no es difícil, cual profecía autocumplida, transformarnos en aquello que detestamos, un lugar hostil, un lugar de desconfianzas crónicas, que lleva a que, desafortunadamente, solamente los locos por el nacionalismo -siempre brutal y xenófobo- y algunos otros totalitarios de su verdad, se apropien de las insignias de esta tierra.

    El problema de la idea de nación es muy similar al de la identidad en la psicología individual: se le pone un nombre a un cuerpo-territorio, para dar sentido y orientar los actos en ciertas direcciones. Indudablemente, la identidad como bandera de uno mismo es un modo de descansar en eso que supuestamente somos, y ahorrarnos demasiadas preguntas. Pero lo cierto es que uno está lejos de "ser eso" que creemos o queremos ser. Por eso es que las crisis de identidad se nos vienen cuando ciertos actos o aspectos propios chocan con la idea de nosotros mismos.

    En las crisis de identidad, al igual que el malestar nacionalista, cuando no nos gusta ese cuerpo - territorio que habitamos, suelen despertarse grandes cuotas de frustración, que se vuelcan en odio hacia los otros o en lo autodestructivo, problema que se agrava más con la peor de las medicinas: buscarse una nueva identidad, que en el fondo es volver a encerrase en una idea totalitaria de como deberían ser las cosas. Es lo que ocurre muchas veces con los adolescentes, que en su desorientación pueden transformarse en los talibanes de alguna verdad, que por lógica se estructura en contra de los infieles. Nada demasiado lejos de los portadores de las verdades de lo que debiese ser nuestro país.

    El filósofo Slavoj Zizek, a propósito de la crisis humanitaria de los migrantes, cuenta que en Europa ha surgido la fantasía de Noruega, como "El País" al que habría que aspirar llegar. Pero es enfático: Noruega, como ese lugar idealizado, no existe ni siquiera para los noruegos, aspiración que genera más de un problema. Me pregunto si a los chilenos no nos ocurre algo similar con Chile, soñando con algún color de la bandera, que al igual que el encierro en la identidad, nos torna obtusos y violentos.

    Escuché a alguien que trabaja en el Gobierno decir que la gente tiende a volver a su lugar tras algún desastre natural, aun conociendo de los riesgos que acechan, porque las personas tenemos un arraigo a la tierra, a esos lugares donde respiran nuestras historias, donde habitan nuestra familia, amigos y conocidos. Queremos nuestro hogar quizás más de lo que lo reconocemos. A la identidad, y quizás también a la nación haya que dejarlas caer como ideas cerradas, para construirlas desde las pequeñas historias, desde nuestros lugares de encuentro, de lo que genera arraigo, de las experiencias que van construyendo relatos.

    Un territorio es más que una bandera. Si hay algo llamado Chile, es el cúmulo de gente que hace historia cotidianamente y que -algunos más que otros - se dan cuenta de pronto que aman a su tierra. Felices Fiestas Patrias.

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