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La tristeza como postal
Es difícil sentirse realmente triste, comprender la pena ajena, por el solo hecho de ver a alguien en esa condición. De hecho, si uno desconoce al sujeto y los pormenores de su abatimiento, observar a otro físicamente acongojado provoca un efecto muy distinto a la tristeza. Uno siente desacomodo, incomodidad, extrañeza y, como mucho, una leve lástima por lo que sea que le suceda a equis persona.
Las expresiones artísticas -digamos, las fallidas- funcionan igual: solo exponernos a una fotografía que enmarca un suceso terrible no implica que debamos sentirnos igual, por los mismos motivos que leer una línea que narre la desgracia de alguien no nos hace sentir mecánicamente desgraciados o escuchar una canción con acordes menores no es un botón para activar la melancolía.
"La memoria del agua", la más reciente película del director Matías Bize, adolece justamente de eso. La película desde el primer minuto hasta el último está inundada por la pena irremediable de sus personajes y no es demasiado exagerado resumirla como una acumulación sin contrastes de escenas presuntamente tristes. Desde luego que la pérdida de un hijo (que intenta ser el motor de esta historia: una pareja no puede superarla y se separa) debe ser devastadora, pero la tristeza es algo que hay construir gentilmente en el espectador.
Aquí no solo no tiene descanso, sino que constantemente se subraya. Se subraya con música emo, con metáforas banales sobre la pérdida (los astros, praderas con flores amarillas), con una cámara que está todo el tiempo encima de los tristes rostros del hombre (Benjamín Vicuña) y la mujer (Elena Anaya). Esos gestos, esa atmósfera densa (pero no compleja), tienen más que ver con "Lo bueno de llorar"; hasta ahora, la más fallida de las películas de Bize, que con "La vida de los peces" había mostrado mayor dominio como director. Esta es casi regresiva: hay algo adolescente en esto de tirar un ladrillo de pena sobre la mesa y en filmarlo con recursos más propios del spot publicitario que del cine.
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Adaptación de una novela erótica Una amante durante 50 años
En un teatro parisino, después de un duro día de audiciones para el papel del nuevo proyecto, Thomas se lamenta al teléfono por el poco empeño e interés que han mostrado los candidatos que se han presentado. Nadie tiene el nivel necesario para asumir el liderazgo del reparto y Thomas se está preparando para salir cuando aparece Vanda, un torbellino de energía desenfrenada y descarada.
Peligrosas redes sociales
Durante una noche de videochat, seis amigos reciben un mensaje por Skype de una compañera de clase que se suicidó hace exactamente un año. En un primer momento piensan que se trata de una broma, pero cuando la chica comienza a revelar secretos oscuros de ellos, se dan cuenta de que algo fuera de este mundo los quiere muertos.
Mathias, un hombre neoyorkino (Kevin Kline) viaja a París para vender el lujoso apartamento que acaba de heredar de su padre, con quien no tenía ningún contacto. Allí conocerá a la que fue amante de su padre durante 50 años: Mathilde (Maggie Smith), quien vive ahí junto a su hija protectora Chloé (Kristin Scott Thomas).