El penal de Alexis Sánchez desató la locura en el palco de la tribuna de prensa del Estadio Nacional. Por primera vez, los periodistas deportivos chilenos dieron rienda suelta a su alegría de hinchas. Se abrazaban, se tomaban fotos, lloraban. "¡Al fin!"; gritaba uno. Otro repetía entre llantos "¡Campeones de América! ¡Campeones de América! ¡Campeones de América!", como si todavía no se lo creyera. Cuesta creer.

En el primer partido, el 2 a 0 contra Ecuador, la situación fue diferente. Nadie celebró ningún gol y, pese al triunfo, comenzó a hablarse de dudas. En la zona mixta, los jugadores no estaban eufóricos. Lo mismo pasó en el partido contra México. El empate a 3 frenó el entusiasmo. Ni siquiera el 5 a 0 frente a Bolivia desató la euforia. Pasar la primera ronda, después de todo, era lo mínimo que se le pedía al local.

Con Uruguay comenzaba la Copa en serio y, a esa altura, las cábalas propias comenzaban a ser tan importantes como el juego de la Roja. Llegar al estadio por el mismo camino, no cambiar de abrigo, sintonizar siempre una única radio, fumar en los instantes precisos, repetir los rituales con profesionalismo.

El triunfo contra Uruguay fue la señal de que podía pasar algo importante. El gol de Mauricio Isla despertó los primeros abrazos de los periodistas. En la zona mixta los uruguayos insultaban a Chile por los micrófonos abiertos, y Jara pasaba sin hacer declaraciones pero sonriéndole a la prensa.

Con Perú ya estábamos más cerca de la gloria. El zapatazo de Vargas, justo frente a nuestros escritorios, se vitoreó como merecía. En la zona mixta los jugadores hablaron de la final, de que era ahora o nunca. Los reporteros repetían ahora o nunca.

El sábado me fui por los mismos caminos, crucé las mismas puertas, fumé los mismos cigarrillos, hice las mismas llamadas y mandé las mismas fotos. Cuando terminaron los 120 minutos los periodistas se miraban entre ellos, nerviosos, no dábamos más. En el gol de Alexis explotó la felicidad, ganamos. Vinieron los abrazos emocionados y las fotos, conscientes por haber protagonizado una noticia que nos acompañará por años: ¡Campeones de América!

"Esto se inició con un proceso largo, desde la era de Bielsa", aseguró en la tarde del sábado Mauricio Isla, eufórico por la final recién ganada a Argentina. Sin embargo, a pesar de las buenas intenciones del Huaso, sus palabras quedaron cortas. Y es que el proceso que culminó el fin de semana con la primera estrella en la camiseta de Chile empezó antes de la llegada de Marcelo Bielsa. Comenzó el año 2005, cuando de la mano de José Sulantay, un grupo de jugadores, entre los que destacaba Matías Fernández, Gonzalo Jara, José Pedro Fuenzalida, y secundados por Carlos Carmona y Marcelo Díaz, representó a Chile en el Mundial Sub 20 de Holanda. Dos años después, en el Mundial sub 20 de Canadá, Alexis Sánchez, Arturo Vidal, Gary Medel y el propio Isla se sumaron a la "generación dorada". Esta nueva camada se unió a un grupo de jugadores ya consagrados en la Selección mayor liderada por Nelson Acosta, y donde destacaban Claudio Bravo y Jorge Valdivia.

La revolución

Con la llegada de Bielsa el 2007 las nuevas caras abundaron, lo que permitió la aparición de Jean Beausejour y otros ilustres que no estuvieron presentes en el Chile 2015, como Fabián Orellana. A pesar del, para algunos, poco grato recuerdo de Claudio Borghi en la Selección, fue el Bichi quien, aprovechando a la exitosa Universidad de Chile de Jorge Sampaoli, les dio cabida a José Rojas, Eugenio Mena, Charles Aránguiz y Eduardo Vargas. Finalmente, con el arribo del propio Sampaoli, la Roja les abrió las puertas -por primera vez a algunos y nuevamente a otros- a Johnny Herrera, Paulo Garcés, Miiko Albornoz, Francisco Silva, Felipe Gutiérrez, Ángelo Henríquez, David Pizarro y Mauricio Pinilla.