Hay películas cuyo resplandor comienza y termina en los festivales de cine. Cintas que -fuera de los límites de jurados presuntamente exigentes y de gustos supuestamente exquisitos- funcionan poco y a la larga se vuelven irrelevantes. Desde luego que de los festivales salen títulos memorables, pero el fenómeno descrito ocurre con igual frecuencia. Pienso en esto a propósito de "El Club", la nueva película de Pablo Larraín, que se estrena antecedida del prestigio que teóricamente le da haber ganado un Oso de Plata, el segundo premio más importante del Festival de Berlín. Imagino que el galardón tiene

que ver con que en estos eventos abunda una predilección casi ciega por todo lo que lleve la etiqueta de ambicioso y tenga el exótico perfume de lo foráneo, como si ambos atributos fueran garantía automática de gran arte. Una película muy distinta, pero que comparte estas características, la peruana "La teta asustada", ganó hace algunos años allí el Oso de Oro, y de ella sólo me quedó el recuerdo de su falso costumbrismo y de su levedad.

Salvo una primera media hora intrigante, sostenida en parte gracias a solventes actuaciones, todo lo que ocurre en "El Club" me produce un impacto igualmente leve. Lo curioso es que está hecha para provocar un terremoto, pero es tan evidente su voluntad provocadora y tan inverosímil su historia, que acaba por importarme muy poco. Larraín y sus guionistas sitúan a cuatro viejos sacerdotes en una casa de retiro en la costa, de esas que la iglesia católica tiene para enviar a hacer penitencia y oración a los curas que han cometido delitos. Tragándose el simbolismo de que cada uno encarna diferentes tipos de transgresiones (convergen un abusador, otro que colaboró con los militares, otro que participó de adopciones irregulares y otro que es tan viejo que nadie sabe), el planteamiento relativamente funciona. Pero cuando entra en escena un hombre que arrastra heridas de abusos de curas en su pasado (un personaje excesivo, loco, tan delirante como falaz) y la película lo utiliza como una bomba, como un artefacto para ajusticiar burdamente a los curas, la propuesta se desmorona. Casi todo en "El Club" es "tremendo", "terrible", "potente". Casi nada es verdadero.

Una experiencia sensorial es la que ofrece Soundscape, una instalación urbana que intenta rescatar el patrimonio sonoro de Providencia, gracias a su interacción con la memoria. Ella consiste en tres estaciones mediante las cuales los asistentes podrán interactuar con imágenes, objetos y texturas, los que siempre se complementarán a través de los distintos paisajes sonoros que intentan rescatar. Este experimento es obra del Laboratorio de Arte Sonoro, el cual trabaja con diversos artistas.

La maestra de danza india Janaki Rangarajan se presentará por última vez en nuestro país, mostrando un espectáculo de danza bharatanatyam, el cual es un tipo de baile clásico hindú. Este espectáculo está basado en la arquitectura de la India, sus templos y la historia tradicional. Además, parte de lo recaudado irá en beneficio de las víctimas en Nepal.

Ganadora del premio Infinity de Centro Internacional de Fotografía de Nueva York, la mexicana Graciela Iturbide presenta una retrospectiva con más de 90 fotografías en blanco y negro. Iturbide es reconocida principalmente por sus fotografías de Frida Kahlo, que estarán presentes en la exposición, además de trabajos como "Fiesta y muerte" y "Pájaros".

Los CrossFit Games son una competencia que busca probar a atletas en distintos circuitos de ejercicios. Reebok sorteará pasajes a California, EE.UU., y entradas al evento entre quienes ingresen boletas de compra de productos y graben un video explicando por qué son #MejoresQueAyer.

Boobytrap es la obra y presentación más reciente del artista norteamericano Justin Earl Grant, quien en su trabajo intenta mostrar a través de tintas y acuarelas una reflexión acerca de alcanzar lo esencial y a la vez crear nuevas configuraciones perceptivas.