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Las sospechas sobre el odio al fútbol
el pais intimo
He recibido varias cartas de algunos odiadores del fútbol, quienes padecen del carnaval mundialero como vampiro con el Sol. Debo reconocer que he sido de esa especie también. Así que acá vamos con algunas reflexiones al respecto.
Claro que es difícil no compartir un entusiasmo colectivo, uno se va quedando huérfano de historias y debe contemplar la exaltación de los otros. Eso me ha pasado con el festival del balón, durante un mes no sé de que hablar ya que a nadie parece importarle otra cosa.
La televisión se vuelve insoportable, partiendo por los matinales y sus conductores llevando la camiseta roja cantando: "Chileeeeno, chileeeeno, chileeeno de corazón" con esa cornetas, que no sé como se llaman, de fondo. Esa escena me genera una reacción condicionada de aversión inmediata. Y en la noche, los noticiarios se transforman en una sección de deportes extendida. Toda otra información pasa a segundo plano y resulta mucho más importante entrevistar al hincha afuera del estadio: "¿Cómo llegó a Brasil?, ¿cuánto se demoró?"... O ver a los periodistas haciendo cábalas y otros rituales raros. En fin, un loop de masturbación colectiva. Y el peor momento lejos es cuando aparece el comentarista deportivo. Para mí, un fenómeno delirante todo el año. Me refiero a esos que comentan los partidos como si estuvieran describiendo la tercera guerra mundial. Nunca he comprendido por qué se habla con tanta solemnidad de un juego -profesional- pero pichanga al fin y al cabo.
¿Condición humana?
Siempre está la alternativa de apagar la televisión. Sin embargo, no hay escapatoria. La rutina del país comienza a estar trazada acorde a los partidos de fútbol. Hay que olvidarse de buscar algún servicio a la hora de los partidos, porque a esa hora no se trabaja. E incluso, sin posibilidad de reclamos, ya que incluso se trata de una medida impulsada por la máxima autoridad del trabajo. Sí, la ministra del Trabajo llamó a los empleadores a flexibilizar las jornadas laborales para poder ver los partidos. Lo único positivo que pensé sobre esta medida fue: bueno, cuando se me enferme la guagua diré que me voy a ver un partido de fútbol.
Antes tenía la coartada de odiar el fútbol por el simple hecho de ser mujer, pero los tiempos han cambiado y resulta que hoy a nosotras también nos tiene que gustar el fútbol. Sino, una se convierte en una amargada pasada de moda. Existe otra justificación del repudio futbolero. Las razones sociales: que el opio del pueblo, que se convirtió en un objeto de mercado, que el dinero que se maneja es obsceno, que el fanatismo es de tontos. Lo curioso es que muchos están de acuerdo con esas críticas -qué decir hoy de los movimientos sociales en Brasil- sin embargo, el fútbol sigue siendo una pasión de multitudes.
Pensé entonces, en que algo debe haber en este deporte que represente a la condición humana. Debe haber algún aspecto democrático en él, que atraviesa a viejos, jóvenes, ricos, pobres, americanos, africanos. Supongo que lo que el fútbol canaliza es el conflicto psíquico que cada ser humano lleva dentro. Eso que nos lleva a incluirnos en ciertas categorías -identificándonos con ciertos nombres y colores- pero para ello necesariamente debemos estar excluidos de otros. A veces esa exclusión es violenta y se transforma en odio y segregación. Por otra parte, vivimos como si debiésemos cumplir metas. Meter goles es una metáfora común de la vida. Y es cierto que el juego en general permite tramitar estos aspectos de un modo que no amenaza a nadie. Así, el fútbol es a la guerra como las Cincuenta sombras de Grey a la perversión: un juego que libera sin daño.
Aunque uno crea que odia el fútbol, está siendo parte del conflicto. Excluirse de una categoría para odiar a los otros es estar dentro del juego. El problema es cuando ese odio empieza a ser en serio.
Decidí que el fútbol no me importa, pero encontré el placer de incluirme en el asado de amigos y en compartir con mis compañeros de trabajo ese momento humano: ser uno en torno a un fuego, a un juego. Ahí por un instante uno puede olvidar esa fractura humana llamada soledad.
Sospeche de su odio. El odiador es parte de lo que rechaza. Aunque no vea los partidos, comparta con sus amigos ese momento.